Entre las miles historias que me asaltan de la vida de don Julio, una se me grabó en
la memoria y da la medida de los elementos de su época y de la vida del
Observatorio.
Se había anunciado un fenómeno que podía registrarse en
Bogotá y que iba a servir como complemento a las observaciones de los
observatorios de Quito, Lima, México, Guatemala y cuanto instituto de
nuestra América estaba advertido para registrarlo. Tal vez el menos bien
equipado era el de Bogotá. Se tomaron toda suerte de medidas que dieran
cierta garantía de exactitud.
Durante muchos días se hicieron toda clase de arreglos para llegar a un
registro que pudiera tener un valor internacional. Garavito era un sabio capaz
de suplir las deficiencias del instrumental astronómico, poniendo al servicio
de esta observación todo lo que tenía de instrumental de la antigua
Torre de Petrez y dando instrucciones al personal para que se concentraran todos
en un trabajo tan delicado y de precisión absoluta..
Se montaron el telescopio y todos los instrumentos auxiliares, de suerte que,
atento don Julio al curso de los astros en el anteojo instalado en la cúpula
de la torre, pudiera transmitir las informaciones con la mayor exactitud y rapidez
matemática a don Pedro Silva que debía concentrarse abajo para
recibirlas con la misma rapidez de un montaje eléctrico. Se podría
decir, que sin disponer de los aparatos eléctricos de los buenos observatorios
de Estados Unidos, estábamos en condiciones de ofrecer una información
muy cercana al rigor de lo que puede esperarse de un observatorio moderno.
Media hora antes del instante previsto, el observatorio se había aislado.
Nadie más podía entrar a la torre, y hasta las hendijas de las
puertas estaban cubiertas con paños de lana. En la parte alta, don Julio
Garavito tomaba el puesto de comando y seguía con el telescopio, todo
el movimiento de los cuerpos celestes. Abajo estaban los demás, a la expectativa
de sus avisos.
Todos sabían que lo que iba a suceder. solo se registraba una vez cada
ochenta o noventa años, y que la observación de Bogotá tenía
la mayor importancia al hacerse la evaluación total de las de todo el
continente. A medida que se acercaba el momento decisivo, casi se contenía
la respiración. Arriba estaba don Julio. Abajo don Pedro Silva tomaba
el apunte.
Era don Pedro profesor de la Escuela de Ingeniería, riguroso como el que
más en la clase de dibujo, que hacía temblar a los estudiantes,
porque don Pedro no perdonaba la más leve falta de unas planchas. Don
Pedro estaba emparentado con don Julio. Su mujer era Garavito, hermana del propio
don Julio. Tal vez por eso los estudiantes de ingeniería temblaban ante
el rigor de don Pedro.
Media hora antes de la observación principal, todos estaban en sus puestos
vigilantes y a la expectativa. Se oía sólo el tic tac del reloj
y una que otra indicación hecha en voz baja. Así fueron acercándose
al momento decisivo.
De pronto se rompe el silencio y una voz que viene de arriba, la de don Julio,
resuena en el salón: “Ya”, Y don Pedro responde de inmediato: “¿Qué dices,
Julio?”».
Fiel copia de la columna HECHOS HISTÓRICOS
de Germán Arciniegas.
Periódico El Tiempo, 3 de febrero de 1997
El fenómeno al cual se refiere
Germán
Arciniegas, fue el paso del cometa Halley por el cielo colombiano
en 1910. La Tierra atravesó la cola del cometa y se tomaron
sus primeras fotografías. Bogotá reportó al
mundo entero con una exactitud impresionante, el instante preciso
en el que ese cuerpo celeste hizo su aparición en nuestros
cielos, como se lee en los registros del Observatorio Astronómico
de la capital.
GERMÁN ARCINIEGAS
GERMÁN ARCINIEGAS ANGUEYRA,
uno de los más respetados y brillantes
escritores ibero--americanos, nació en Bogotá en el año
1900 y falleció en la misma ciudad en 1999. Su agudeza mental y su lucidez
lo acompañaron hasta el fin de sus días.
Fundó el Instituto Caro y Cuervo, el Museo Nacional y muchas otras entidades
educativas. Desempeñó muy altos cargos, tales como ministro de
Educación, diputado, diplomático y presidente de la Academia
de Historia de Bogotá. Fue catedrático, miembro de la Academia
Colombiana de la Lengua y de muchas otras academias e institutos culturales
de Colombia y del mundo.
Germán Arciniegas fue honrado con muchísimos premios literarios
nacionales e internacionales y en 1989 recibió el título de El
hombre de las Américas. Es, tal vez, uno de los escritores más
prolíferos de Iberoamérica y sus libros han sido traducidos a
más de ocho idiomas.
Además de su fecundo trabajo como historiador y ensayista, también
se destacó como uno de los mejores periodistas del siglo XX.
Al culminar sus estudios de Derecho en la Universidad Nacional de Bogotá,
fundó la casa editorial Ediciones Colombia. En 1929 ingresó al
periódico colombiano EL TIEMPO como director de la sección editorial,
jefe de redacción y director del Suplemento Literario. Su vinculación
con ese diario perduró hasta muy poco antes de su muerte.
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