DANIEL SAMPER PIZANO
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Samper
Pizano ha escrito numerosos libros de humor
crítico, obras picantes , ensayos,
libros de historia y de música, entre
otros.
En estas páginas transcribiremos unos pocos relatos del libro “A MÍ QUE ME ESCULQUEN”, publicado en Bogotá en 1980 por Editorial Pluma Ltda. En la página 117 de su libro se encuentra el siguiente título: ANUNCIAR ES SORPRENDER Aquí,
Samper critica con mucho humor algunos ”avisos
limitados” de los periódicos
bogotanos |
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Las
páginas de limitados muestran hasta dónde
hay cosas insólitas en el mercado. [...] Alguien
compra una nevera de doce pies y un caballo
reproductor de cuatro. También en materia
de profesiones aparecen algunos híbridos francamente
alentadores. Ya es posible saber si en determinado
barrio va a subir o paralizarse el precio
de los edificios, gracias al siguiente especialista:
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Asimismo,
se ofrece un médico que, a juzgar por la especialización
hecha, debe ser muy solicitado por las familias
Mora, Ramos, Nogales, Arboleda y Rosas. O
por cualquier familia con enfermedades en
la planta... de los pies: |
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La
violencia, signo de nuestro tiempo, ha permeado
también la sección de avisos por palabra.
O al menos así parecen indicarlo ciertos anuncios.
Recientemente, este diario publicó uno que
empezaba así: "Con agallas necesita
importante librería jóvenes ambos sexos".
Lo de agallas es comprensible condición para
vender libros [...]. Pero aquello de los "jóvenes
de ambos sexos" hace pensar que se trata de
una librería rara, rara, rara. En la calle...
con carrera... necesitaban hace poco "personal
masculino agresivo". ¿Alguna vendetta
con la mafia? Pero el aviso que me convenció
de que había encontrado el personaje para
rescatar una plata [...] fue el siguiente,
digno del salvaje oeste [...]: |
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Por lo menos son
sinceros, en ese mundo de mentirosos que son
los limitados...». (Enero 1979)
Ahora pasamos a la
página 140 de la obra. Título:
LOS NIÑOS, ESE HORRIBLE INVENTO «Los
niños, como la vesícula biliar,
son adorables cuando son de uno. No se puede
negar que alegran el hogar, dan compañía
y si uno se descuida pueden incluso convertirse
en el futuro de la patria. [...] Del relato MIS ENCUENTROS CON EL PAPA (pág. 157), transcribimos los últimos cuatro párrafos: ... «Un poco después, hacia noviembre, el turismo periodístico me condujo a Roma. Y, una vez en Roma, la agencia de excursiones me empacó en un tour que abarcaba una larga colección de visitas relámpago a lugares de interés dentro de la ciudad. No quise saber ni siquiera cuáles eran, porque lo más práctico es colocarse en manos de los guías que despachan, con la misma rapidez, la explicación del David de Miguel Angel y la indicación sobre la ubicación de los excusados para caballeros en la estación de bus. Así, pues, que llegué sin premeditación ni especial entusiasmo al último punto del programa: audiencia colectiva con el Papa. Estas audiencias, para los que crean que es una reunión privada con el Santo Padre, son en realidad multitudinarias congregaciones de peregrinos (que es el nombre religioso del turista) en las cuales el más afortunado de los presentes logran divisar al Papa a unos 50 metros de distancia. Esta vez, sin embargo, volvió a suceder una cosa rara. A diferencia de sus antecesores, que despachaban bendiciones desde lejos a la audiencia, el Papa quebró las normas de protocolo y se acercó hasta la horda de fieles que lo miraba y aplaudía. Saludó de manos a muchos, alzó a un niño, lo tiró al aire, le hizo dar tres saltos mortales antes de volverlo a recibir con sus manos como palas, sonrió de cerca a algunos peregrinos sicilianos y regó una ducha de carisma en la atiborrada asamblea que lo vivaba como a una estrella del cine o una luminaria del rock. contagiado, yo también aplaudí y, cuando acababa de pasar frente a mí, grité el nombre de Colombia. El Papa se volvió de inmediato, me miró y me envió una bendición especial. Fue mi primer encuentro con Wojtyla. Y ocurrió que hace pocos días, cuando me hallaba en Nueva York, me enteré de que en pocas horas estaría arribando el Papa. El segundo Pontífice que viaja a Estados Unidos en la historia iba a llegar justamente cuando yo me encontraba allí. Una vaga señal divina parecía advertirse en la rara coincidencia, así que me preparé. Conseguí el mapa de la ruta papal y me ubiqué el martes en la Primera Avenida con calle 47, dispuesto a verlo pasar. Así fue. A las 9 y 42 a.m. el Santo Padre desfiló por esta esquina en un carro descubierto y podría jurar que, al avistarme entre el cordón de gente, pareció hacer un esfuerzo por reconocerme. Volé, entonces, a la calle 72 con Segunda Avenida, por donde debería circular hacia la una y media. A la una y cuarenta estuvo allí y sostuvimos nuestro tercer encuentro. Creo que esta vez sí me reconoció, pues sonrió abiertamente y ya no me mandó bendición sino que agitó la mano con entusiasmo... Me quedaba una oportunidad más al día siguiente, cuando el Papa saliera hacia el aeropuerto de La Guardia. Me ubiqué cerca a Grand Central Parkway en medio de miles de neoyorquinos curiosos y esperé con paciencia a que surgiera la limusina negra donde viajaba el Papa blanco. Cuando lo vi aparecer tuve la sensación de topar con un viejo amigo, el de México, el del Vaticano, el de la Primera Avenida con 47 y la 72 con Segunda. Quise gritarle: ¡Karol! pero pensé que podía ser incómodo para él. Lo cierto es que esta ocasión sí no dejó dudas. Al verme, suspendió las bendiciones y me hizo un gesto con las manos abiertas, las palmas hacia arriba, y los hombros encogidos, como diciendo “y usted sí ni más, ¿no?”. Yo le contesté más o menos de la misma manera “ahí la misma vaina”, y nos despedimos. Ese fue mi cuarto encuentro con el Papa. Al otro día, en vuelo de regreso a Bogotá, proyectaron una película de 1977 llamada “Foul Play” cuya trama versa en torno a un Santo Padre , muy parecido a Wojtyla, que viaja a Estados Unidos y se dirige a la asamblea general de la ONU. Me pareció que tanta coincidencia ya no era solo obra del Papa sino que había algo de humor celestial en el asunto. Lo cierto es que en mis últimos viajes no ceso de encontrarme con el Papa, y estoy seguro que él debe estar comentando lo mismo sobre mí con sus camarlengos en este instante. Me muero de ganas de ir a El Campín la semana entrante, porque presiento que allí volveré a toparme con el Papa. Además, ambos estaremos apoyando a los cardenales.» (Octubre, 1979)
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