DANIEL SAMPER  PIZANO


... continuación
Samper Pizano, nació en Bogotá en 1945 y a los 19 años de edad, inició su carrera periodística en El Tiempo, periódico de Colombia.
Estudió Derecho en la Universidad Javeriana y realizó estudios de postgrado en Periodismo en la universidad de Kansas. Actualmente es miembro correspondiente de la Academia Colombiana de la Lengua.

Hace más de veinticinco años, Lucas Caballero Calderón (KLIM), un famoso columnista de El Tiempo en esa época, escribió el prólogo del libro “A MÍ QUE ME ESCULQUEN” de Daniel Samper
.

También nos da a conocer uno de los primeros escritos literarios del autor del libro, cuando éste era un bello niño inocente y piadoso.
Klim comenta: «En un número atrasado de "El Aguilucho" me encontré una de sus primeras producciones literarias. Era en verso, y después de su publicación, Danielito, con muy buen sentido, no volvió a escribir sino en prosa. Esa composición, titulada ODA A MARIA, dice así.

"Quisiera Madre Mía subir al cielo
y decirte al oído cuánto te quiero.
Y Rogarte que influyas con tu Hijo Amado
para que lo que llo le pida me sea otorgado.
Llo sólo quiero, Oh Madre, que Papá Lindo,
me haga dar más plata cada domingo,
y te juro que nunca tendrás más quejas
por no bañarme a diario pieses y orejas.
Te pido también, Oh Madre, el Cielo Eterno
porque tengo mucho culillo de ir al Infierno,
y como también yo sabo rimar en ido,
te renuevo mi amor eterno y me despido"».


Samper Pizano ha escrito numerosos libros de humor crítico, obras picantes , ensayos, libros de historia y de música, entre otros.
En estas páginas transcribiremos unos pocos relatos del libro “A MÍ QUE ME ESCULQUEN”, publicado en Bogotá en 1980 por Editorial Pluma Ltda.
En la página 117 de su libro se encuentra el siguiente título: ANUNCIAR ES SORPRENDER

Aquí, Samper critica con mucho humor algunos ”avisos limitados” de los periódicos bogotanos
y dice:
«Para muchos –y quizá con razón– la sección más interesante del periódico es la de avisos limitados. Aunque el apremio del tiempo no me permite tantas incursiones como quisiera en ese mundo raro, siempre que logro sumergirme por unos minutos en las páginas de limitados, regreso a la superficie, como los pescadores de perlas, con una o varias joyas. Algunas se encuentran muy camufladas como aquella [...] donde alguien se ofrecía para recibir basura.
Solo había que llamar a un teléfono que resultó ser el del alcalde [...]. La venganza bogotana estaba consumada. Había costado 1.200 pesos a un anónimo pero mamagallista anunciador.
Sin embargo, la mayoría de las perlas saltan a la vista, brillantes por el juego de su redacción, por el contenido del mensaje o por la intromisión inesperada del ridículo, que se puede colar donde menos se piensa. Qué tal por ejemplo, uno recientemente aparecido que reza: “Acepto señorita libre, tenga conocimientos, negocios, industria, otros”. El lector y yo subrayamos “otros”. También de la última semana es el siguiente anuncio, que parece descartar como clientes a personas enfermas:


LA 49, visítenos ropa de segunda, para
damas y caballeros en perfecto estado,
bajos precios. Calle 49 No....

Las páginas de limitados muestran hasta dónde hay cosas insólitas en el mercado. [...] Alguien compra una nevera de doce pies y un caballo reproductor de cuatro. También en materia de profesiones aparecen algunos híbridos francamente alentadores. Ya es posible saber si en determinado barrio va a subir o paralizarse el precio de los edificios, gracias al siguiente especialista:

PARAPSICOLOGO experto finca raíz,
hace sus ventas, rápido. Llámeme...

Asimismo, se ofrece un médico que, a juzgar por la especialización hecha, debe ser muy solicitado por las familias Mora, Ramos, Nogales, Arboleda y Rosas. O por cualquier familia con enfermedades en la planta... de los pies:

ALGUIEN enfermo en casa? MEDICO
BOTANICO ESPECIALISTA. Teléfono...

La violencia, signo de nuestro tiempo, ha permeado también la sección de avisos por palabra. O al menos así parecen indicarlo ciertos anuncios. Recientemente, este diario publicó uno que empezaba así: "Con agallas necesita importante librería jóvenes ambos sexos". Lo de agallas es comprensible condición para vender libros [...]. Pero aquello de los "jóvenes de ambos sexos" hace pensar que se trata de una librería rara, rara, rara. En la calle... con carrera... necesitaban hace poco "personal masculino agresivo". ¿Alguna vendetta con la mafia? Pero el aviso que me convenció de que había encontrado el personaje para rescatar una plata [...] fue el siguiente, digno del salvaje oeste [...]:

DEUDAS perdidas, carteras de difícil
cobro, cobramos su cartera o créditos
por las buenas o por las malas.
Asocia-
ción Nacional de Cobranzas, calle 26
No... oficina 1001.

Por lo menos son sinceros, en ese mundo de mentirosos que son los limitados...». (Enero 1979)


Ahora pasamos a la página 140 de la obra. Título: LOS NIÑOS, ESE HORRIBLE INVENTO

En esta sección, el autor describe a estos tiernos y dulces seres como sus enemigos personales de quienes, según él, siente temor, antipatía y desconfianza, y los describe así:

«Los niños, como la vesícula biliar, son adorables cuando son de uno. No se puede negar que alegran el hogar, dan compañía y si uno se descuida pueden incluso convertirse en el futuro de la patria. [...]
Una cosa, pues, son los hijos y otra, los niños. Están muy bien los hijos. Pero convengamos en que los niños –que son los hijos de los demás– resultan odiosos.

Yo, personalmente, me siento incómodo, nervioso e inseguro ante ellos. Son gente que reacciona de las más raras maneras. Muchas veces pasó que me correspondía, en el asiento del lado en un bus o en un avión, uno de esos pequeños monstruos de ojos grandes que lo observan a uno en silencio y con la boca abierta mientras la mamá conversa con la vecina en el puesto de más allá. Queriendo congraciarme con el inquietante espía de tres años, le hice una mueca (me avergüenza confesarlo y me sonrojo al solo pensar en ello), le guiñé un ojo o le sonreí grotescamente. Pero, lejos de provocar una respuesta de simpatía en el niño, lo que hice fue espantarlo y suscitar primero un terremoto de sollozos y enseguida un llanto estridente y descarado. El epílogo fue siempre el mismo: La mamá se volteó asustada por el berrido del pequeño, éste me señaló mientras balbuceaba –entre mocos y lágrimas– cosas ininteligibles, y la madre acabó rescatando su pequeño Frankestein y alzándolo en los brazos con una mirada digna. En esos momentos, colorado hasta las orejas y objeto de todas las miradas, quise que el avión se cayera o que al bus se lo tragara la séptima.

Precisamente me mortifica esa facilidad que demuestran los niños para la lágrima. Lloran por
todo. Si la comida no es de su agrado, berrean que parte el alma. Si los padres quieren ir a cine, lanzan chillidos para hacer pensar a los vecinos que los están quemando con una plancha; [...] ¿Cómo puede le mundo cifrar sus esperanzas en gentes que adoran la compota fría de hígado con mermelada? También son monotemáticos: si les gusta un chiste, una mueca, una pequeña pantomima, la harán repetir mil veces. Y en todas las ocasiones se reirán y pedirán otra. Hasta que el adulto indefenso y desesperado, pone fin a la función. Entonces vienen los pucheros, los sollozos, el berrido...
Los niños son sucios. Comen mocos, juegan con lo que encuentran en los pañales, se pipisean en los pantalones, se chupan el dedo gordo del pie. Los niños son sapos; acusan, cuentan los secretos, anticipan las sorpresas, revelan los escondites. Los niños padecen el terrible vicio de la sinceridad. Si uno le comenta a un amigo que faltó a la reunión porque estaba enfermo, siempre estará el niño listo para aclarar que no era que el papá estuviera enfermo sino que prefirió irse a comer a la casa de tío Ernesto, que es el rico de la familia. Los niños son chismosos: Papi, ¿este señor es el que mami dice que es un viejo pendejo?»... (Mayo, 1979)



Del relato MIS ENCUENTROS CON EL PAPA  (pág. 157), transcribimos los últimos cuatro párrafos:

... «Un poco después, hacia noviembre, el turismo periodístico me condujo a Roma. Y, una vez en Roma, la agencia de excursiones me empacó en un tour que abarcaba una larga colección de visitas relámpago a lugares de interés dentro de la ciudad. No quise saber ni siquiera cuáles eran, porque lo más práctico es colocarse en manos de los guías que despachan, con la misma rapidez, la explicación del David de Miguel Angel y la indicación sobre la ubicación de los excusados para caballeros en la estación de bus. Así, pues, que llegué sin premeditación ni especial entusiasmo al último punto del programa: audiencia colectiva con el Papa. Estas audiencias, para los que crean que es una reunión privada con el Santo Padre, son en realidad multitudinarias congregaciones de peregrinos (que es el nombre religioso del turista) en las cuales el más afortunado de los presentes logran divisar al Papa a unos 50 metros de distancia. Esta vez, sin embargo, volvió a suceder una cosa rara. A diferencia de sus antecesores, que despachaban bendiciones desde lejos a la audiencia, el Papa quebró las normas de protocolo y se acercó hasta la horda de fieles que lo miraba y aplaudía. Saludó de manos a muchos, alzó a un niño, lo tiró al aire, le hizo dar tres saltos mortales antes de volverlo a recibir con sus manos como palas, sonrió de cerca a algunos peregrinos sicilianos y regó una ducha de carisma en la atiborrada asamblea que lo vivaba como a una estrella del cine o una luminaria del rock. contagiado, yo también aplaudí y, cuando acababa de pasar frente a mí, grité el nombre de Colombia. El Papa se volvió de inmediato, me miró y me envió una bendición especial. Fue mi primer encuentro con Wojtyla.
Y ocurrió que hace pocos días, cuando me hallaba en Nueva York, me enteré de que en pocas horas estaría arribando el Papa. El segundo Pontífice que viaja a Estados Unidos en la historia iba a llegar justamente cuando yo me encontraba allí. Una vaga señal divina parecía advertirse en la rara coincidencia, así que me preparé. Conseguí el mapa de la ruta papal y me ubiqué el martes en la Primera Avenida con calle 47, dispuesto a verlo pasar. Así fue. A las 9 y 42 a.m. el Santo Padre desfiló por esta esquina en un carro descubierto y podría jurar que, al avistarme entre el cordón de gente, pareció hacer un esfuerzo por reconocerme. Volé, entonces, a la calle 72 con Segunda Avenida, por donde debería circular hacia la una y media. A la una y cuarenta estuvo allí y sostuvimos nuestro tercer encuentro. Creo que esta vez sí me reconoció, pues sonrió abiertamente y ya no me mandó bendición sino que agitó la mano con entusiasmo...
Me quedaba una oportunidad más al día siguiente, cuando el Papa saliera hacia el aeropuerto de La Guardia. Me ubiqué cerca a Grand Central Parkway en medio de miles de neoyorquinos curiosos y esperé con paciencia a que surgiera la limusina negra donde viajaba el Papa blanco.
Cuando lo vi aparecer tuve la sensación de topar con un viejo amigo, el de México, el del Vaticano, el de la Primera Avenida con 47 y la 72 con Segunda. Quise gritarle: ¡Karol! pero pensé que podía ser incómodo para él. Lo cierto es que esta ocasión sí no dejó dudas. Al verme, suspendió las bendiciones y me hizo un gesto con las manos abiertas, las palmas hacia arriba, y los hombros encogidos, como diciendo “y usted sí ni más, ¿no?”. Yo le contesté más o menos de la misma manera “ahí la misma vaina”, y nos despedimos. Ese fue mi cuarto encuentro con el Papa. Al otro día, en vuelo de regreso a Bogotá, proyectaron una película de 1977 llamada “Foul Play” cuya trama versa en torno a un Santo Padre , muy parecido a Wojtyla, que viaja a Estados Unidos y se dirige a la asamblea general de la ONU. Me pareció que tanta coincidencia ya no era solo obra del Papa sino que había algo de humor celestial en el asunto.
Lo cierto es que en mis últimos viajes no ceso de encontrarme con el Papa, y estoy seguro que él debe estar comentando lo mismo sobre mí con sus camarlengos en este instante. Me muero de ganas de ir a El Campín la semana entrante, porque presiento que allí volveré a toparme con el Papa. Además, ambos estaremos apoyando a los cardenales.» (Octubre, 1979)


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